
Con un ingreso de mil 800 pesos semanales debe comprar medicinas de 2 mil 890 pesos y mantener a su familia, lo que lo obliga a trabajar todo el día sin descanso.
Diego Segura Canul se encuentra desesperado después de tocar varias puertas y no encontrar ayuda oficial para mantener con vida a su hija de ocho años de edad.
Desde hace ocho años, Diego se despierta a primera hora en Ticul para viajar a la capital yucateca, donde tiene su empleo. Regresa a casa en la madrugada para dormir unas horas y volver al trabajo, todos los días, toda la semana.
No puede fallar, ni quedarse sin ingreso un día, pues significaría la diferencia entre la vida o muerte de su hija.
Keila Segura Cach, de ocho años de edad, tiene Atrofia Cortical Cerebral, lo que la mantiene bajo medicación diaria de Levetiracetam y Clobazam.
Los medicamentos cuestan casi 3 mil pesos al mes a Diego, quien trabaja como repartidor de comida en un restaurante de Mérida.
“Mi hija no puede quedarse un día sin medicamentos, podría convulsionar y morir”, explica angustiado.
Decidió hacer público su caso porque está desesperado y desea encontrar a quien le pueda ayudar. Ha tocado puertas del gobierno, sin resultados.
“Ayúdenme con mi hijita, por favor”, clama el padre de familia del sur de Yucatán.
Buscó a PRESIDIO para contar su historia y tratar de hacer eco en las conciencias de las autoridades.
Todos los días Diego se levanta muy temprano para viajar a Mérida, donde labora como repartidor en moto de un restaurante en el fraccionamiento Las Américas.
Entra a las 12 del día y termina a las 11 de la noche. Luego viaja de regreso a Ticul para dormir un poco y repetir la rutina.
Ese esfuerzo diario es por su hija de ocho años, que presentó Atrofia Cortical Cerebral a los cuatro meses de nacida.
La enfermedad consiste en el adelgazamiento de la corteza cerebral por la pérdida de la población neuronal, lo que limita su aprendizaje y ocasiona frecuentes convulsiones.
La niña debe tomar todos los días, sin fallar, los medicamentos Frisium y Keppra (Clobazam y Levetiracetam) para mantenerse bajo control.

Diego relata que la niña a diario tiene una o dos convulsiones “cuando está tranquila”, pero a veces aumentan y son más violentas.
Sus papás nunca saben qué día despertarán en la madrugada por los fuertes ataques que algunas veces dejan sin respirar a la niña.
Entonces corren al hospital materno de Ticul, que está a unas cuadras de su hogar.
La lucha familiar es dura. Diego logra salir adelante con apoyo de algunos amigos y ex alcaldes de municipios aledaños, ya que su autoridad tampoco lo apoya.
Mientras otros ayudan a Keila por simple humanismo, señala que el Gobierno del Estado los hizo a un lado.
Narró que por cuatro años solicitó a las autoridades estatales ayuda para comprar los medicamentos, muy costosos para él solo.
Acudió directamente a Palacio de Gobierno, de donde lo mandaron a la Sedesol, que a su vez lo envió a Servicio Social y, de ahí, al DIF Yucatán.
Siempre acudía sin objeción. Y lo hizo varias veces hasta que se cansó.
Su sueldo de mil 800 pesos semanales apenas alcanza para comprar las medicinas, que cuestan 2 mil 890 pesos. Debe además mantener los gastos de su bebé de un año, de Keila y de su esposa, quien no sale a trabajar porque debe cuidar de ambas niñas.

Diego ya envió cuatro cartas al gobernador Rolando Zapata Bello solicitando su apoyo, pero no sabe si las leyó porque la ayuda nunca llegó. Francamente, menciona, he perdido la fe en nuestras autoridades.
“Ellos nunca te van a decir que no; siempre me decían que me iban a ayudar pero jamás lo hicieron. Se pasaban la bolita de uno a otro y me daban largas”, expresó.
Sin embargo, el mayor sentimiento de impotencia fue cuando vieron al maestro de primer año de la primaria de Ticul “Eligio Ancona” pegándole a su hija enferma.
Con el coraje contenido, esa situación fue reportada en la Secretaría de Educación para escuelas indígenas, pero los resultados fueron los mismos que cuando solicitó ayuda en Palacio: nula.
Convencido de que nadie del Gobierno le ayudará, optó por desistir y buscar ayuda por otros medios, “incluso ex alcaldes de otros municipios me ayudan, aunque creo que ellos no tendrían por qué, pero les agradezco de corazón”.
El papá desesperado, a quien en la plática se le quebró varias veces la voz por el llanto, tiene el número telefónico 9971202661.
Dijo que si alguien puede ayudar a su hija no lo haga de manera económica, sino con medicamentos.
“A mí no me interesa el dinero, me interesa sólo mi hijita”.
(PRESIDIO / Edoardo Manzanilla)
