Una mujer de Mérida fue acuchillada por su esposo, que intentó matarla por celos, pero logró sobrevivir luego de ser perforados un pulmón y el pecho.
La señora sufre un calvario tras sobreponerse físicamente al intento de homicidio por su cónyuge, frente a la presunta complicidad de autoridades.
La señora Didia Gudalupe Cab Sosa vive despierta una pesadilla por el acoso diario luego de abandonar a su esposo Claudio Ricardo Torres Pat por las golpizas que éste le propinaba.
En cualquier momento podría aparecer muerta por su aún cónyuge, quien presume parentesco con el juez Edwin Mugarte y un pago de 10 mil pesos mensuales a la Fiscalía para tener “congelada” su denuncia, señaló la afectada en entrevista con PRESIDIO.
El 14 de junio de 2016, Cab Sosa recibió tres puñaladas en el cuerpo por parte de su marido, que no intentó hacerle daño, sino matarla.
“Lo siento por mis hijos pero se van a quedar huérfanos de madre” fueron las palabras de su verdugo al momento de clavarle la primera cuchillada.
El caso no había trascendido a la opinión pública porque en ese momento hubo dinero de por medio, señala, para que las autoridades mantuvieran oculto este intento de feminicidio.
Didia Gudalupe contactó a PRESIDIO luego de leer el caso de una mujer de Kanasín que dijo tener miedo de ser víctima de feminicidio por el acoso y agresiones de su ex pareja, quien también expuso su versión, como informaremos en otra nota.
El caso de Cab Sosa es alarmante porque ya la “mataron” en una ocasión, pues las heridas que le infligieron eran mortales, pero milagrosamente logró reponerse y sigue viva.
Su esposo, con quien estuvo 24 años casada, está en espera de una oportunidad “para terminar lo que empezó”, según ha dicho a amistades de ambos.
Los hechos del intento de homicidio quedaron asentados en la denuncia número 933/2016, según expuso en la entrevista donde narró el martirio que ha vivido, pues a causa de la extrema pobreza de su familia se casó a los 14 años de edad.
Durante todo ese tiempo soportó golpes y agresiones de Torres Pat y de los padres de éste, pues vivían en la misma casa.
Didia Guadalupe tiene la cadera y el tabique desviados por las palizas que le daban. Una vez, recuerda, le descolgaron la mandíbula por un golpe.
A pesar de esa pesadilla decidió continuar su matrimonio, pensando en sus hijos, creyendo que sería injusto que crecieran sin padre. Ellos le dieron la espalda al crecer y apoyaron al papá.
Con lágrimas en los ojos, continúa la narración al aceptar hoy que sus hijos no valoraron su sacrificio, sino siguieron el ejemplo de su padre y, cada vez que la ven, la insultan y ofenden.
“Otras personas me han dicho que me olvide de ellos; que entienda que son malos y no me van a apoyar, pero son mis hijos, es muy difícil aceptarlo”.
Recuerda que desde recién casada, sus suegros Claudio Torres y Rosalinda Pat cultivaron en su marido una cultura de odio hacia su mujer, recalcándole que ella “sólo servía para darle hijos”.
Cuando los suegros les dieron casa para vivir aparte, la escrituraron a nombre de sus nietos porque, si algún día se divorciaban, “ella no va a meter a ningún hombre en esta casa”.
Claudio Torres y Rosalinda Pat son pastores de la doctrina religiosa del Pentecostés e imparten pláticas en el templo Monte de Sión, indicó la entrevistada.
Guadalupe Cab practicó esa doctrina en los 24 años que duró su matrimonio, pero su vida estuvo destinada al sufrimiento. Recuerda que sus suegros la insultaban y Rosalinda llegó a golpearla.
Cuando intentaba regañar, educar o corregir a sus hijos por alguna mentira, por ejemplo, los abuelos decían que “no le hagan caso” o retirarían las gastadas.
“Mis hijos eran buenos, un poco groseros tal vez, pero eran buenos niños. No sé qué les pasó, ya no son mis pequeños de antes”.
Su esposo siempre fue muy celoso y posesivo. Guadalupe asegura que no le daba motivos para enojarse, pero cuando ella llegaba de hacer compras, por ejemplo, enseguida le sacaba cuentas del tiempo y la cuestionaba. Después estallaba en ira y la golpeaba.
En los últimos meses de su relación se volvió más celoso y posesivo, fue cuando empezó a amenazarla de muerte. Decía que cuando estuviera dormida la mataría y en varias ocasiones le puso un cuchillo en el cuello.
El 30 de mayo de 2016, unos 15 días antes de que la acuchillara, el sujeto consiguió un revólver y decía que quería comprar un arma tipo “escuadra”. Aquel día ella temió por su vida más que nunca, por lo que habló con su hijo mayor, de 24 años de edad, y fue a vivir con él.
Por dos semanas vivió con Jalil Azgad Torres Pat en la casa ubicada en la calle 96 por 179 y 179-A de San Antonio Xluch III.
La tarde del 14 de junio fue a visitar a una amiga afectada por el cáncer, en la calle 179 por 96 de la misma colonia, cuando llegó su esposo.
Jalil Azgad había dicho a su padre dónde estaba su mamá. Al estacionarse en el predio de la amiga la convenció de subirse a su camioneta EcoSport blanca, ofreciéndole hablar del divorcio en casa de su hijo.
Confiada subió, pero al pasar frente a casa de Jalil y seguir de largo Guadalupe le reclamó. La respuesta fue un golpe en la cara e insultos. Intentó bajarse, pero él la jalaba y volvía a golpearla.
El hombre se dirigía al Parque Ecológico Metropolitano del sur. Eran alrededor de las 4:30 de la tarde, pero algo le decía a ella que ese día no sería sólo golpeada.
La mujer pidió estacionarse debajo de un árbol para hablar, en una calle entre la preparatoria 3 de la UADY y unos campos deportivos.
El sujeto accedió y se estacionó, pero enseguida se sentó sobre ella, manoseándola. “Quería violarme, pero me resistí. Le dije que se encargó de matar todo lo que yo sentía por él”.
Fue entonces cuando Claudio Ricardo se estiró para agarrar algo del asiento trasero y la mujer escuchó cómo se abrió una navaja. “Que me disculpen mis hijos, pero se van a quedar huérfanos de madre”.
Acto seguido le clavó el arma. La primera puñalada fue en el pecho derecho, la sangre comenzó a salir rápidamente y ella de inmediato sintió un líquido caliente que la envolvía.
“¿Por qué me haces daño?”, le gritó. Con todas sus fuerzas se liberó de su agresor y salió de la camioneta. Una vez afuera se apoyó sobre el vehículo, sintiendo que se desmayaría, pero vio que Claudio también descendió.
Entonces empezó a correr por su vida, rogándole a Dios que le permitiera llegar a las canchas y que ahí hubiera gente que pudiera ayudarla.
“Corría bañada en sangre. La gente me veía pasar y escuchaba que pedía ayuda, pero nadie me socorrió”, narró a PRESIDIO, mientras su llanto crecía y las palabras se le cortaban.
Cuando Claudio logró alcanzarla le clavó el cuchillo dos veces más en la espalda, perforándole un pulmón.
La mujer siguió corriendo, hasta que entró al campo y dos vigilantes del lugar se le acercaron y preguntaron qué le había pasado.
Respondió que la querían matar. “¿Quién, él?”, preguntaron mientras señalaban al agresor que iba detrás. Ella asintió.
Claudio, al ver más gente, dio media vuelta hacia su camioneta y huyó.
Los guardias hicieron presión en las heridas y llamaron a una ambulancia. “Aguanta”, le decían mientras Guadalupe perdía el conocimiento.
Fue trasladada al Hospital O’Horán. Los doctores dijeron que era un milagro que llegara con vida, pues con un pulmón perforado había dejado de respirar.
La mujer permaneció 20 días en el hospital, mientras que el hombre 12 horas en la cárcel.
Torres Pat fue capturado el mismo día de la agresión, alrededor de las 6 de la tarde, mediante un operativo que realizó la Policía Estatal.
Cuando lo arrestaron tenía su short manchado con sangre, manchas que también estaban en la camioneta, y en posesión del arma con que cometió el delito.
“Los policías que lo detuvieron no se explicaban por qué lo habían soltado, teniendo la evidencia suficiente para inculparlo y seguirle un proceso”.
En su primer día en el hospital fue visitada por su hijo Jalil, quien le dijo que no se metería en el pleito porque nada podía hacer contra su padre, quien le tiene entregada una tortillería.
Al segundo día fue su hijo de 18 años, Johanan Aminadab, quien intentó convencerla de otorgar el perdón, para que puedan sacar la camioneta de la Fiscalía, “ya me prometió papá que me la va a regalar”.
Lo siento hijo –le respondió–, pero lo que tú padre hizo no fue un juego; él no me golpeó como antes, quiso matarme.
Los indicios de corrupción de las autoridades, que dejaron libre al agresor, fueron confirmadas cuando Claudio recuperó la camioneta en unos cuantos meses, a pesar de que Guadalupe Cab nunca retiró su denuncia.
En esa misma camioneta pasa enfrente de donde ahora vive ella y le grita burlas y ofensas cuando la ve.
La señora se ha mudado de domicilio tres veces, pero el hombre la encuentra y vuelve a hostigarla.
A pesar de que él tiene una nueva pareja, a quien conoció antes de separarse de Guadalupe, su obsesión por su ex mujer no ha cambiado; insiste en acosarla y agredirla no importa qué tanto se aleje.
Una vez Guadalupe fue a la panadería “Archi” cerca de la penitenciaría. Confiada en que no eran rumbos de Claudio y tampoco sus horarios, descendió de su vehículo para comprar. En ese momento una motocicleta se estacionó detrás de ella: era Claudio que pensaba que estaba sola.
Se le acercó por la espalda, pero su acompañante lo identificó y le gritó, entonces el individuo subió de nuevo a su motocicleta y se marchó.
La pesadilla de Cab Sosa no acaba. Hace apenas dos meses entraron a robar a su casa. Se llevaron documentación, entre ella papeles de propiedades, como una casas donde viven y otra donde montaron la tortillería “Ebe-Nezer”, ubicada en la calle 72 por 133 y 135, que ella adquirió mediante ahorros y mutualistas.
En el robo no se llevaron artículos de valor, sólo documentos y una mochila de su hijo más pequeño, de 9 años de edad.
En las paredes de la casa le dejaron mensajes: “A la próxima no la cuentas”, “puto vas a morir” (en referencia a la actual pareja de la mujer, quien la respalda) y “puto negro”. Trató de borrar los escritos con una fibra, pero aún son perceptibles, como observó PRESIDIO en la entrevista.
El asalto decidió no denunciarlo porque le ha quedado claro que la Fiscalía General del Estado “no sirve para nada”.
Después de 2 años, el intento de homicidio sigue impune, incluso le han dicho en la FGE que “ese crimen no existe en Mérida”, de modo que no lo van a arrestar porque en esta ciudad sólo hay homicidio calificado.
Ella teme por su vida y exige a las autoridades que metan a su agresor a la cárcel, pues sólo así podrá sentirse segura. Una sola ocasión le pusieron custodia por 10 días y luego volvió a quedarse expuesta a ser asesinada.
“Vivo prisionera, como un ratón encerrado, y no se vale, quien debe estar en prisión es él”.
Su agresor ha presumido ser familiar del juez de control Luis Edwin Mugarte Guerrero, del Juzgado Segundo del Primer Distrito Judicial en Mérida, y que por él salió de inmediato de la cárcel.
Además, uno de sus hijos le ha dicho que pagan 10 mil pesos cada mes a gente de la Fiscalía para que todas sus denuncias “se las reboten” y no avance su caso.
Ya contactó a políticos como Mauricio Vila, Mauricio Sahuí, Pablo Gamboa y Cecilia Patrón, que “como buenos políticos responden, pero no hacen nada”. Entregó las pruebas de ello a PRESIDIO. Rolando Zapata nunca le respondió.
Fue por ello que decidió hacer público su testimonio como sobreviviente de feminicidio, deseando que con la presión social las autoridades actúen en consecuencia, consciente de que podría resultarle contraproducente ante los indicios de la complicidad oficial.
Con lágrimas, suplica a la sociedad que no la abandone, está cansada de vivir con miedo, oculta y creyendo que cualquier día podría ser el último.
Edoardo Manzanilla (PRESIDIO)